Qué mal está el mundo y qué equivocados están mis vecinos. Si me dejan a mí diseñar una nueva sociedad, van a ver que todo resulta mejor. Este tipo de frases locas las puede decir un papá, que se lleva a su familia a vivir en una colonia aislada, para que sus hijitos no se anden contaminando con los demás, o un idealista que quiere construir una bonita sociedad en la que todos comparten todo o hasta un presidente que quiere hacer a Estados Unidos grande otra vez, partiendo de la mentira de que ahora está mal y antes estaba bien.
Puede ser un bienintencionado socialista, un fascista del terror, un paranoico como el del libro (y la película y no tanto la serie) La costa de los mosquitos. Lo más seguro es que un constructor de utopías sea un narcisista, porque se rige por el selecto principio de que solo sus chicharrones truenan.
Piensa en cuántos locos han fundado lo que creían iba a ser una sociedad perfecta, para demostrarle al resto de la humanidad cómo debería organizarse. Spoiler: no acaban bien. Platiqué con Federico Guzmán Rubio, que fue a visitar siete proyectos que se supone se convertiría en muestra de cómo debían funcionar las cosas. Escribió un libro para contar lo que se encontró en esos siete lugares: Sí hay tal lugar: viaje a las ruinas de las utopías latinoamericanas.
La verdad a mí se me hace que de esos siete proyectos, el único que salió bien fue Pátzcuaro, tal vez porque Vasco de Quiroga era menos narcisista y más empático, cuando se trataba de proteger a los pobladores originarios de la avaricia de los colonizadores.
Tú escucha, porque Federico cuenta cosas muy interesantes. Por ejemplo, que Santa Fe en la Ciudad de México es una utopía fundada por el neoliberalismo o cómo Domingo Sarmiento propuso una sociedad, Argirópolis, para unir a Argentina, Paraguay y Uruguay.
Esta entrevista la hice para mi colaboración con el programa Acentos de Radio Universidad de Guadalajara.
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