Qué te queda cuando ya nadie te compra
Todos tenemos que ser vendedores, más los que odiamos vender.
¿No te desespera que usen Facebook para mandar mensajitos a particulares? Casi siempre son de ardor, así de “no me importa que no me contesten los WhatsApp, al fin que yo tengo una vida”, pero también “gracias por tanto, mi amor”. ¿No se lo pueden decir en la cara? Claro, eso de que no te contesten los WhatsApp es como para publicarlo en la más enojada de las redes sociales, ya no digamos Facebook.
Te imaginas a Paquita la del barrio escribiendo en su muro: “¿Me estás oyendo inútil?”. Por supuesto que no.
Con todo y que te desesperan esos mensajes, ahí vas tú también:
No me contestan los teléfonos, pero yo no los quiero molestar. Lo que yo quiero es ofrecerles algo que les va a ayudar.
De verdad, no necesitan pagarme mucho, pero cuando menos díganme si ya recibieron mi CV.
Como antes no había redes sociales, Arthur Miller pudo escribir la historia de un vendedor que sufre porque ya nadie le contesta el teléfono, porque ya se hizo viejo y está cansado y no puede recorrer todo Estados Unidos para ofrecer su mercancía.
Willy Loman, el protagonista de La muerte de un vendedor, se metió a vendedor porque conocía a uno que tenía 84 años cuando murió y todo el mundo fue a demostrarle su amor y su cariño a su funeral. Willy, que ahora a sus 63 está cansado y pasado de moda, ya solo aspira a que vaya mucha gente a velarlo.
Si tuviera su Facebook, además de mandar cadenas de oración y videos de gatitos, como corresponde a su edad, se quejaría de tantas cosas…
Su esposa le pide que ya no viaje por todos lados y que exija una chamba en la oficina.
Su mejor amigo le ofrece un. empleo, pero él no quiere humillarse trabajando para un conocido, aunque se acaba de humillar mucho más frente a su jefe.
Su hijo es un fracasado, igual o peor que él, y ¿qué creen? El mismo Willy tiene la culpa, porque cuando su hijo era adolescente y reprobó matemáticas, él, en lugar de ayudarlo le mostró una cara horrible de esposo infiel.
Es tan chilletas el Willy que ya par favar le pides que se tome su Pristiq y deje de rumiar todos sus errores pasados. Porque eso tiene de padrísimo La muerte de un vendedor, que en un mismo escenario vemos el presente de Willy y cómo en su cabeza se repiten una y otra vez las anécdotas que lo llevaron a ser lo que ahora es.
Algunos dice que La muerte de un vendedor es una crítica al maldito capitalismo y, en especial, al sueño americano, que nos tiene a todos confiando en que el esfuerzo personal nos va a llevar al éxito y a pagar nuestra hipoteca. Pero no, ese sueño es, en realidad, una maldición.
Resulta que el verdadero problema de Willy, y de muchos de nosotros, es que creemos en ese sueño y no aceptamos el cambio, escondemos nuestros fracasos y terminamos todos tristes.
Me encontré alguien que regaña bien feo a Willy Loman, el personaje que se pone a llorar sus pérdidas en lugar de trabajar para aceptar el cambio: “Las ventas”, dice una consultora entrevistada por The Guardian, “se tratan de desarrollo personal: de estar motivado y de crecer como persona, de otra manera la gente no va a creer en ti… El problema de Willy es su personalidad, o su falta de personalidad, es como un cáncer en su familia”.
De acuerdo con esa consultora regañona, Willy tendría que revisar sus acciones y ponerse las pilas, en lugar de quejarse y rumiar los pensamientos negativos. Entonces, ¿qué hacemos los que nos queremos poner de chilletas porque ya no tenemos tantas ofertas de trabajo como antes o porque ya no nos reciben los posibles clientes? ¿Nos tomamos la desvenlafaxina para no deprimirnos y seguir adelante?
No sigas la luz, no te la tomes, porque ese tipo de pastillas no te van a dejar sufrir y con ello te van a quitar lo importante de la vida. Ese, como ya sabes, es el mensaje de Un mundo feliz, de Aldous Huxley. En un mundo futuro, que adora a Henry Ford y la producción en serie, todo el mundo toma Soma, una fabulosa fórmula que te quita la ansiedad y evita el sufrimiento.
En ese mundo futuro, la promiscuidad sustituyó a la monogamia, la producción en serie de seres humanos evita el dolor y como ya no hay familias, tampoco hay traumas ni pleitos, ni resentimientos. El Soma es la droga que todos toman para trabajar felices y disfrutar todavía más del continuo entretenimiento. Por cierto en Un mundo feliz hay un teatro que se parece sospechosamente a La esfera de Las Vegas.
Miller contó alguna vez que la bola de perdedores que aparecen en La muerte de un vendedor están inspirados en una familia que lo bulleaba cuando era joven, porque era bien ñoño y ellos sí seguían el sueño americano. Resulta que, al paso de los años, el exitoso (y el que se casó con Marilyn) resultó Miller y no ellos, o sea que sí hay éxito aun si se critica al sueño americano, con todo lo paradójico que eso suena.
Hay una moraleja en todo esto. Que la vida es cambio, que se sufre pero se aprende (como dice la canción) y que hasta para ti hay oportunidades… todavía. Mientras tanto, promete que ya no te vas a quejar en las redes sociales.
“La verdadera felicidad siempre se ve bastante miserable en comparación con otras compensaciones del sufrimiento.
Y, por supuesto, la estabilidad no es ni de lejos tan espectacular como la inestabilidad.
Y estar contento no tiene nada del glamour de una buena lucha contra la mala fortuna, nada de lo pintoresco de una lucha con la tentación o un colapso fatal por la pasión o la duda. La felicidad nunca es grandiosa”.
Esta es la confesión de uno de los personajes que controlan la ideología en Un mundo feliz de Aldous Huxley.