Qué hacer si no tuviste infancia
Mi generación habla más de caricaturas que de aventuras en el campo. ¿Qué podemos hacer para compensarlo?
Esta es una colaboración para Radio Universidad de Guadalajara. Ana María García, la conductora del programa Acentos me llamó para pedirme que hablara de mi infancia y…
Pero no, Ana María, ¿cómo voy a hablar sobre mi infancia si a nadie le interesa y además el día del niño me cae gordo y ya habrá pasado para cuando salga el programa?
Yo hablo de libros, a la mejor podría hablarte de los que tratan sobre lo fascinante, hermosa y terrorífica que puede ser la infancia, como Corazon, diario de un niño, Tom Sawyer… ¿No? OK, tú decides, pero que conste que te advertí que a nadie le interesa escuchar sobre la infancia de otros, porque todos tienen su historia.
¿A quién le va a interesar que cuando yo tenía 7 años le di la vuelta solo a Plaza del Sol?
Si acaso se preguntaría, ¿qué hacía un niño solo dándole la vuelta a un gigantesco centro comercial?
Cuando yo tenía siete años, la humanidad estaba de conquista. Un señor daba un pequeño paso en la Luna y acá en Guadalajara un grupo de señores, sí, sobre todo señores, se animaba a hacer una sucursal de sus negocios, ahora lejos del centro.

Mi familia, o tal vez diré que mi mamá, era todavía más aventurera, porque había conseguido un terreno más lejos que Plaza del Sol para construir su casa. Y cuando iba a supervisar las obras y nos llevaba a mis hermanos y a mí, empacados en su coche cuadrado, pasábamos por un cartel que tenía la cuenta regresiva de los días que faltaban para que se inaugurara el centro comercial más grande de América Latina.
Después de ese espectacular había un hotel con un anuncio luminoso, luego un parque de diversiones, en donde los niños paseaban en carros jalados por mulitas y más allá las parcelas que colonizaríamos los primeros suburbanitas tapatíos.
En esas fechas todos estaban vivos, además de mi mamá: mi papá, mis abuelas y mi abuelo, y todos tenían algo para mí. Un cuento, un pan tostado con mermelada, una anécdota, un taller con máquinas de escribir olvidadas. Pocos años después también estaban vivos para mí y conmigo Julio Cortázar, Octavio Paz, José Agustín y García Márquez. Ya se sabe que, como dicen los gringos, se necesita una aldea para atender a un niño.
¿Qué hacía el niño solo? Es que para su familia, Plaza del Sol en ese entonces se convirtió en un paseo, así que todos andaban en lo suyo, me imagino, y se ve que las cosas no han cambiado mucho. Plaza del Sol es ahora igualita al centro de Guadalajara, con tiendas que venden baratijas, y los comercios y los consumidores pretenciosos se mudaron (nos mudamos) a unas cuantas cuadras, a un nuevo mall donde la gente se entretiene con lo que antes hacía en el centro: bobear, conocer gente, jugar ajedrez, bailar, usar los columpios, comer y ocasionalmente comprar.
Aquella vez en Plaza del Sol, el niño dio la vuelta y encontró en los negocios flamantes las mismas mercancías relucientes que admiraban a los niños de Bagdad en Las mil y una noches. Esa fue mi iinfancia y la de muchos como yo, hacer fila los domingos para que nos dieran un globo en Franco, que estaba donde ahora venden cientos de chucherías chinas, ver en la tele Don Gato y los Picapiedra y, de vez en cuando, jugar.
Te dije que a nadie le importan estas anécdotas. Yo crecí escuchando las historias de mi papá, que corría entre burros y ríos en su querido Lagos de Moreno, que desayunaba leche de cabra y se asoleaba las nalguitas después de que la leche hacía su efecto en la panza. Cuando se perdió su hermano alguien perifoneó por todo el pueblo o ciudad: “se ha perdido un niño”, y luego lo encontraron dormido entre las macetas, o cuando se le escapó su puerquito tuvo que ir por él al mismísimo Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, a dos cuadras de la casa de mi abuela.
No, no, no, yo no tengo anécdotas de esa calidad. Corríamos un poco en el patiecito de mis primas en Tlalnepantla y en las noches me quedaba emocionado a ver desde su ventana las luces de la gran ciudad de México y la pantalla del autocinema. O nos llevaban al cine Chapultepec frente a la puerta de los leones, donde se hacían las únicas fotos de la época. O íbamos a las fiestas de Lagos a ver cómo tíos y primos le preguntaban a los niños más chicos. “Y tú, ¿de quién eres?”
O en la casa de mi mamá reconocía las constelaciones exclusivas de su jardín y evitaba chocar con el gigantesco árbol de la Galeana, cuando salía en bicicleta, a recorrer los terrenos que Guadalajara y yo estábamos conquistando.
No, se me hace que no te voy a entregar la colaboración. Y mejor mencionamos las obras que te recuerdan la infancia con toda su magia como Mujercitas, La isla del tesoro, Grandes esperanzas, El gigante egoísta…