Qué hacer cuando los locos te rodean
Ajá, eres la única persona cuerda y todas las demás van en sentido contrario. ¿Qué te puede decir el Quijote de eso?
Cuando entras a la sala de la casa de tu anciana madre, apenas la encuentras, perdida entre montones de papeles, muebles antiguos y dos televisiones, una para ver el cable y la otra para conectarla a la videocassetera. La televisión de la videocassetera es de esas que ya no pudieron convertirse a digitales, mide más de fondo que de pantalla y sería una buena casa para un perro San Bernardo que recibe muchas visitas.
La señora tiene más de 40 años guardando expedientes, recetas de cocina y recortes de consejos de los primeros números de Cosmopolitan México, y recientemente, un artículo de 2014 sobre la gente que quiere llamar la atención en redes sociales, de las cuales tu mamá no abrió perfil ni en MySpace.
Te arrepientes en el mismo momento en que le dices: “mira, mamá, te llegó este comunicado que dice que no pasarán por la basura en Semana Santa”. Aunque ya está entrado abril, te arrebata el papel y lo pone en una caja junto con uno donde tiene anotados números de teléfono, de cuando los números de teléfono tenían seis dígitos: “luego lo acomodamos”.
Ya de regreso en tu casa te preguntas si estarás rodeado de locos. Entonces tocan a la puerta. Es tu vecino, llegaste a la colonia hace ocho meses y solo lo has visto de lejos. Confiesa, no puedes dejar de verlo cuando pasa con el mismo traje viejo todos los días, despidiendo su olor a rancio. En verano, es el traje sin camisa pero con corbata, en invierno se pone camisa y en primavera sigue con el mismo traje otra vez sin camisa.
Muy buenas tardes, vecino, me presento, mi nombre es tal y tal y quiero pedirle que me cocine este kilo de arroz. El vecino, que todas las tardes escucha a todo volumen los grandes hits de la música cursi, desde una versión descafeinada de un vals de Berlioz hasta El verano del 42, me enseña su cédula profesional de abogado, titulado en algún momento cercano a aquel romántico verano.
Te hace una conversación interesante, cuando sale tu esposa a saludar, promete invitarlos a ver su colección de libros de arte soviético y se va anunciando que regresará a las 7 por su arroz cocinado, con cebolla sí, pero sin ajo, porque es irritante. Cierran la puerta y se imaginan visitándolo, hojeando libros de Maiakovski y escuchando Claro de luna, en su casa con ventanas tapiadas y telarañas en los candelabros.
Vas a la tienda y te extraña ya no ver al Sr. Podcast, como lo bautizaste. Era un hombre que, sentado en la banca de la tiendita, hablaba a todo volumen sobre política internacional, problemas familiares y perspectivas de la economía mundial, sin un público enfrente, sin interrupciones y, muy probablemente, sin sentido. Te informan que lo llevaron a un sanatorio y no te imaginas cuál pudiera ser el peso para su familia y cuánto les costará la renta.
Sí, estás rodeado de locos y como aquí se trata de encontrar cura en los libros clásicos, corres a leer al loco más celebrado de todos, o sea El Quijote.
Hay algo que nadie sabe del Quijote pero que tú sí: Que eso de ser quijotesco, sobre todo cuando se habla de políticos, debería ser un insulto. En sus primeras aventuras, el Quijote se cree el salvador del mundo ¿quién no?, y sus supuestos actos heroicos terminan por afectar más a las víctimas. Por ejemplo, salva a un chavo de los azotes de su amo y le hace prometer a este que ya lo va a tratar bien. Pero… en cuanto el Quijote da la vuelta a la esquina, el amo termina de darle al chavito la golpiza de su vida y dejarlo medio muerto.
No puedes tener un gran poder sin una gran responsabilidad, como ya lo dijo otro clásico, o sea el tío de Spiderman. Creías que el Quijote era para burlarse de un loco, pero en realidad es una colección de aventuras, algunas divertidas, y sobre todo una reflexión continua sobre qué es estar sano mentalmente en el mundo.
¿Qué tan sano le habrán parecido a Cervantes los que van a una oficina todos los días entre semana a sellar papeles? Mejor salir a enmendar entuertos y salvar damiselas. Como lo describe uno de los personajes, el Quijote hace un montón de locuras pero es impresionante cuando se pone a platicar, se oye muy coherente, articulado y lleno de propuestas. Tal vez conozcas a alguien así. Te impresiona lo bien que platica y luego no puedes creer las cosas que hace.
A partir del Quijote se han hecho interpretaciones de lo más cursis, seguro mi vecino escucha los temas del musical El hombre de la Mancha, en especial El sueño imposible (Ay, dios), volviendo romántica la locura. Ay, qué bonito un hombre con ideales luchando por ellos.
Pero tú, que eres un burgués, no lo soportarías. No te parecería simpático que una tarde que vas por tus niños a la escuela se te plantara enfrente un caballero andante o un súper héroe que no te dejará pasar hasta que jures que su novia es la más hermosa de toda Castilla y del mundo entero.
La mayoría de nosotros somos Sancho Panza, que tenemos que enfrentar, aguantar y consecuentar las locuras de nuestros parientes, jefes, vecinos o dirigentes, porque así los ayudamos a salvar el pellejo cuando se les ocurre pedir que saquen a los leones de la jaula, que les cocinen un arroz o les guarden el ticket del Oxxo para archivarlo. Ese peso que tiene Sancho ya originó un poema algo resentido de Gabriel Celaya, muy en la onda de la lucha de clases.
Hoy como ayer, con alarde,
los señoritos Quijano siguen viviendo del cuento,
y tú, Sancho, les toleras y hasta les sigues el sueño
por instinto, por respeto, porque creer siempre es bueno.
Cabalgando en tus espaldas se las dan de caballeros
y tú, pueblo, les aguantas, y levantas —tentetieso—
lo que puede levantarse. Y aun sabiendo lo que sabes
nunca niegas tus servicios: ¡santo y bueno!
Las alarmas se disparan cuando es un niño el que tiene que sufrir a alguien con problemas de salud mental. Hace no mucho se publicó una historia sobre un niño con una mamá con probable esquizofrenia. El libro Esperando a Mr Bojangles es agridulce y está ubicado en el principio del siglo XXI, la adaptación al cine la lleva a mediados del siglo pasado, para que los tratamientos a “la locura” nos parezcan absurdos y entendamos por qué sacan a la mamá del sanatorio.
En el libro, el niño narrador habla de que en el sanatorio vacían las mentes de los compañeros de su mamá a base de pastillas. Esas reprogramaciones con quetiapinas y benzodiacepinas a las que nos vamos acostumbrando. La madre vive alrededor de su hijo y de su marido, y poco a poco se va convirtiendo en un ancla con la que hay que nadar en medio del oceano.
¿Qué pueden hacer los “sanos” frente a ese peso? En Esperando a Mr. Bojangles, al principio la pareja está rodeada de amigos, que desaparecen en cuanto empiezan los síntomas más crueles de la enfermedad mental. Cuando menos el Quijote vive rodeado de gente bienintencionada que insiste en intervenir para regresarlo a la cordura. Lo quieren tanto que hasta se felicitan de que por lo menos le dio por ser Caballero andante y no poeta, que eso es peor y contagioso.
Ojalá que los locos que te rodean estén buscando una causa justa, como el Quijote al que le canta Rubén Darío, al que, de paso, le pide que nos salve “de tantas tristezas, de dolores tantos… (de) recetas que firma un doctor, de las epidemias, de horribles blasfemias, de las Academias, ¡líbranos señor!”