¿Perdiste algo? Poesía para que no te pierdas la lección
Si perdiste un trabajo, un amor o las llaves, necesitas leer estos poemas para entender por qué te sientes así.
En tu pesadilla le dices a tu mamá:
— Mamá, perdí el trabajo.
— Pero ¿cómo? ¿Dónde lo pusiste? Acuérdate dónde lo viste la última vez.
Antes de que empieces el penoso proceso de explicarle a tu mamá, una vez más, que cuando pierdes algo es porque no sabes dónde está, despiertas.
La pesadilla sigue a medias.
Perdiste el trabajo y, la verdad, la verdad, no sabes en qué momento se te fue.
¿Sería cuando no entregaste a tiempo todos los exceles que te pidió tu jefe? ¿O cuando dijiste que había demasiadas juntas? Es probable que hayas dejado tu trabajo en el momento en que no recortaste a todo ese personal que te decían que sobraba después de la pandemia.
Vas a tomar un café a una de esas librerías con cafetería y casi te brinca encima el libro Dejar ir, de David R. Hawkins.
A la mejor te puede servir, porque en las dos semanas que llevas desde que se te fue la chamba has pasado por todas las etapas del duelo, todas amontonadas.
Ya lo negaste, te levantaste en la mañana y te propusiste decirle a tu jefe que no, que está equivocado, que no puede dejarte ir.
Ya pasaste por la ira, ¿cómo se atreve esa compañía a despedirte, con lo útil que eres? Hubieran recortado a los de finanzas que son un montón solo para armar un reporte mensual. Y también por la negociación —qué tal que voy a la Junta de Conciliación y logro que me reinstalen—, la depresión y ya solo te falta la aceptación.
¿Será que este libro de Dejar ir me ayudará?
Resulta que es un libro que siempre ha estado de moda. En la caja de la librería, cuando lo estás pagando, una amable señora te dice que es una maravilla y que hará mucho por ti. Así suelen ser los libros de autoayuda.
Según Hawkins, tenemos un montón de programas mentales que se nos han sembrado con la educación.
Ya sabes, como dice Serrat, los grandes nos van transmitiendo sus frustraciones, con la leche templada y en cada canción: niño, deja ya de joder con la pelota y todo eso.
Y esos programas mentales nos llenan de emociones negativas, como las que mencionábamos antes: la ira, el miedo, el orgullo, la culpa, la vergüenza.
Todas nos han servido para sobrevivir… hasta ahora. Hasta que pierdes el trabajo y empiezas a buscar quién tiene la culpa de que ya no tengas un lugar en la chamba en estos tiempos post pandemia. Enfureces, te deprimes, no te quieres levantar de la cama.
Con cada una de esas emociones tú tienes una ganancia. Si le echas la culpa a tu jefe, a tus subordinados —malditos, si hubieran entregado esos reportes cuando yo se los pedí—, te sientes más tranquilo contigo mismo, porque alguien más y el universo tienen la culpa, no tú. Pero ¿qué crees? No resuelves nada.
A medida que avanzas en la lectura de Dejar ir te vas dando cuenta que parece que Hawkins te espió.
Dice que tienes dos maneras de enfrentar las emociones negativas. O las reprimes y te sale un grano por aguantarte el coraje o las expresas y terminas por descargar tu enojo cuando te agarras con el chofer del transporte público porque ya no da cambio.
La propuesta de Hawkins es rendirte ante tus emociones. Reconocer que las tienes. Que cuando pierdes el trabajo tienes miedo, culpa, vergüenza. O cuando te peleas con tu pareja hay algo más profundo que haber perdido las llaves de la camioneta. Discutes porque no quieres reconocer que te equivocaste y ahí entran el orgullo, la vergüenza o la culpa. Muy bien, te haces consciente de que estás sintiendo algo. Lo aceptas, te rindes y actúas ya sin ser esclavo de la emoción del momento,
Hace cientos de años lo dijo Séneca:
“Ningún yugo hay tan apretado que no lastime menos al que lo soporta que al que se resiste a él. Hay un solo alivio para las desgracias inmensas: sufrirlas y prestarse a sus exigencias”.
Te empiezas a poner contento con este libro de Hawkins porque su promesa es que vas a pasar de estar dominado por las emociones negativas a convertirte en un ser de luz, como el Dalai Lama pero sin lengüetear a los niños. El camino va desde la vergüenza, la culpa y la ira hasta el amor, la paz y el sentirse uno con el universo.
Cuando estás más feliz con lo que estás leyendo, al Hawkins se le ocurre decir que las emociones negativas emiten unas energías tan malas como las de los edulcorantes artificiales, que cuando eres positivo tus músculos se fortalecen y que seguir este método te pone en contacto con vidas anteriores. ¡Ay, Dios mío!
Y entonces piensas que en la literatura puedes encontrar más consolaciones que con este señor, que de pronto parece que se convirtió en médium de principios del siglo XX, que quiere darle una apariencia científica a sus patrañas, que en realidad no son tan patrañas. Porque ¿a poco no está padre reconocer que te programaron mentalmente de manera que eres demasiado orgulloso como para aceptar que perdiste las llaves de la camioneta y entonces empiezas a buscar motivos de pleito? Así como: ah, pero qué tal tú cuando dejaste abierta la puerta en 1997.
Te vas a buscar en la literatura y te encuentras a este poeta del siglo XIII, Rumi, que te explica cómo es eso de todas las emociones que te asaltan durante el día:
El ser humano es una casa de huéspedes cada mañana un nuevo recién llegado una alegría, una tristeza, una maldad cierta consciencia momentánea llega como un visitante inesperado ¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!
Todas esas emociones se meten a la sala de tu casa y empiezan a hacer un desorden. No te hagas que no te ha pasado. Que te asalta el enojo mientras alguien te habla de su viaje por París, o cuando escuchas un programa mediocre, porque tú podrías hacerlo mejor. Así sigue Rumi:
Incluso si fueran una muchedumbre de lamentos que vacían tu casa con violencia aun así, trata a cada huésped con honor puede estar creándote el espacio para un nuevo deleite. Al pensamiento oscuro, a la vergüenza, a la malicia, recíbelos en la puerta riendo e invítalos a entrar sé agradecido con quien quiera que venga porque cada uno ha sido enviado como una guía del más allá.
La traducción del poema de Rumi la tomé de aquí.

Y por supuesto, si se trata de pérdidas, para eso tienes a Elizabeth Bishop.
El arte de perder se domina fácilmente tantas cosas parecen decididas a extraviarse que su pérdida no es ningún desastre. Pierde algo cada día. Acepta la angustia de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano. El arte de perder se domina fácilmente. Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido: Lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar, ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre. Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue la última o la penúltima de mis tres casas amadas. El arte de perder se domina fácilmente.
Por cierto, ¿ya viste la película In Her Shoes? Es lo más serio que ha hecho Cameron Díaz. Interpreta a una chica con dislexia, a la que un venerable anciano le explica este poema de Bishop. Le dice cómo después de hablar de cosas que ocurren todos los días, el texto se pone dramático:
Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más: Algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente. Los extraño, pero no fue un desastre. Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto que amo) no habré mentido. Es indudable que el arte de perder se domina fácilmente Así parezca ¡escríbelo! Un desastre.
La traducción de One Art de Elizabeth Bishop la tomé de aquí.
Vuelves a la cama y en tu pesadilla tu mamá te pregunta.
— ¿Y el trabajo que perdiste? ¿Qué te hago si lo encuentro?