Para ya no pelearte en la comida del domingo
¿Por qué algunos de tus amigos están tan ilusionados con un caudillo? A la mejor Galeano te ayuda a entender sus ilusiones.
Un fantasma recorre los domingos. Y no es el conocido fantasma del comunismo que recorría Europa en tiempos de Marx, pero bien que se le parece. Es un fantasma que nubla las comidas familiares, cuando se trata de hablar de la situación del país.
Va un trabalenguas para entender a ese fantasma. Los que se creen de izquierda creen que los que ellos creen que son de derecha temen que nos convirtamos en Cuba. Los que no nos creemos de derecha, pero que parece que eso nos toca, no pensamos que Cuba esté en nuestro destino, y creemos que los que se creen de izquierda no han entendido que un caudillo no es lo que necesitamos para llegar a los paraísos de leche y miel, es más que los paraísos de leche y miel ni siquiera son algo que se nos antoje.
En todo este enredo, y como aquí hablamos de libros clásicos, podemos buscar ayuda en Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Es un libro con una escritura tan hipnótica y hermosa como los Evangelios, tan convincente e irrebatible como el Manifiesto comunista.
De acuerdo con Galeano, se trata de ellos contra nosotros. Ellos son los europeos y los estadounidenses, que todo se llevan, nosotros somos los latinoamericanos, los explotados. Siempre los de fuera han sido malos y los de aquí, buenos. Walmart aprendió sus mañas de los conquistadores europeos y las usa contra los locales.
Aunque también hay latinoamericanos ricos y burgueses pero son unas gallinas que juegan a que son zorros frente al capital internacional, unos rentistas que le vendieron el alma al diablo por un precio que avergonzaría a Fausto, y que solo sirven de intermediarios para que el FMI, el Banco Mundial, la General Motors y Wall Street se lleven nuestros recursos.
Ellos se llevan el petróleo, el hierro y nuestro trabajo. Como Las venas se escribió en los 70 del siglo pasado, cuando se hablaba de la explosión demográfica, entonces además de que los imperialistas quieren muchos trabajadores para explotarlos, al mismo tiempo los esterilizan para que ya no haya latinoamericanos. Tal cual. El malo es otra vez Malthus, que aparte de ser el economista que inspiró a Darwin, nos salió con la idea de que los recursos son limitados.

La esperanza son los gobiernos buenos, los únicos que pueden enfrentar el poder inmenso de las multinacionales. Que ellos administren. Aunque Galeano no era tan ingenuo como para no darse cuenta de que no basta que sea el estado el que administre…
Dice Galeano:
“Como siempre, sin embargo, cuando el Estado se hace dueño de la principal riqueza de un país, corresponde preguntarse quién es el dueño del Estado. La nacionalización de los recursos básicos no implica, de por sí, la redistribución del ingreso en beneficio de la mayoría, ni pone necesariamente en peligro el poder ni los privilegios de la minoría dominante”.
Después de leer, o ya para estas alturas tú deberías releer, a Galeano, muchos dirán que hay que deshacernos de esos capitalistas gallinas, ineficaces y entreguistas que tenemos, empezando una revolución de los latinoamericanos oprimidos… que haremos en cuanto nos acabemos esta botella de vino francés que encontramos en el Costco.
Por favor, por favor, lean a Eduardo Galeano. No se pierdan de esos textos tan hipnóticos, hermosos y convincentes como las Sagradas Escrituras. A la mejor envejeció mal, por ejemplo con su odio a los métodos anticonceptivos o su amor por el estado rector de la economía, pero es muy vigente en su descripción de la lógica de las ganancias, que alcanzó a prever los nefastos mecanismos por los que el campo mexicano ahora se está dedicando a producir papas y frutos rojos, a costa de las tierras y el agua que podrían producir alimentos para más población.
Si tienes problemas de autoestima, no se te ocurra leer Las venas, porque terminarás creyendo que los latinoamericanos somos unas pobres vísshtimas bulleadas por los grandotes en el patio de la secundaria.
Según Andy Robinson, en 2014 el mismo Galeano dijo que su libro era simplista, “la obra de un joven creído, contagiado por el dogmatismo de la vieja izquierda, que no entendía de ciencias económicas. ‘No sería capaz de leerlo de nuevo, caería desmayado’”.
Pero tal vez a Galeano hay que combinarlo con otro clásico, en este caso El progreso improductivo de Gabriel Zaid, que habla de lo conveniente que es identificarse con los oprimidos, y decir que los empresarios y solo ellos, son unos interesados y ambiciosos, mientras nosotros, los latinoamericanos buenos merecemos que nos dejen de explotar.
“Desgraciadamente”, dice Zaid, “los universitarios con mayor sentido social no tienen el menor sentido de la parodia: quieren ser buenos, identificarse con las víctimas, verse en el papel de asalariados oprimidos, encabezando su liberación. Si alguien gana equis por su cuenta, es un odioso capitalista; pero si gana diez o cien veces más como becario o con un contrato laboral, es un heroico proletario que tiene derecho a lo que gana, a ganar todavía más y a toda clase de prestaciones”.
Si le hacemos caso al signo de los tiempos, pues habrá que pedir que nos dejen de explotar a los pobres latinoamericanitos y que nos salve el caudillo. Si ya estamos en pedir, que no vayan a regresar los cines feos que operaba el gobierno con la paraestatal Cotsa, que tenía una salas con el piso pegajoso, las sillas desvencijadas y un cácaro dormido. Ese sí que es un fantasma al que todos, nos creamos de izquierda o liberales, le tenemos miedo.