Cuando eres papá de tus papás
Ay sí, suena tan maravilloso, pero no es tan hermoso como parece.
Tu mamá no tiene Instagram, ya no digamos Tik Tok, ve la telenovela de las estrellas y el canal del rosario a las 2 de la mañana. Le cuesta trabajo llegar a la puerta de la entrada, para sacar la basura o para recibir el encargo de la tienda. Tu mamá ya tiene muchos años.
Puede ser que otra vez te esté contando la historia de cuando descubrió que Pedro Vargas no era guapo, aunque tú tienes la culpa porque te gusta tanto la anécdota que tú la provocaste. O de cuando ponía la mano sobre el corazón y cantaba ese canción de Agustín Lara: poniendo la mano sobre el corazón, quisiera decirte al compás de un son.
Y te la pongo fácil, porque el ejemplo que yo conozco es afortunado. Mi mayor problema es que cuando voy a visitarla, en lugar de que nos sentemos a tomar té con galletitas nos tenemos que poner a barrer la terraza y a acomodar la cocina, porque como buena persona mayor no quiere tener a nadie que le ayude a limpiar la casa, fuera de sus hijos, que en cuanto atraviesan la puerta vuelven a ser niños, a los que se les indica lo que deben hacer.
No, en muchos casos, la cosa se agrava: No pueden manejar su cuenta de banco, se les pudren las cosas en el refrigerador, no saben el camino de regreso de la tienda o no saben en qué día de la semana o en qué estado de la república están.
Nunca te preguntan ¿ya te conté esto? Porque de todos modos te lo van a contar otra vez.
Total que hay muchos síntomas de que ahora te tienes que hacer cargo.
Te puedes preguntar, como en el poema de Myriam Moscona:
“¿Qué la ha llevado a sumergirse en el fondo acuoso de su infancia? ¿A quién habla cuando sus labios involuntariamente dicen algo? No puede apartar la bruma que impide atravesar el tiempo por ella misma detenido. ¿No es la nostalgia lo último en perderse?"
Dicen que te vuelves el papá de tus papás.
¿Ah sí? Papá de tus papás. A ver niños, súbanse al carro que los voy a llevar a la escuela. No se les olvide el lonche ni el trabajo con papel crepé para la clase de geografía. Y me esperan a las 2 en punto, cuando pase por ustedes que no me quiero bajar ni andar buscando estacionamiento.
Sí, cómo no. Una visita al dentista puede convertirse en un día de logística; un baño, en una conferencia internacional; una comida, no sé qué te diera por que te comieras eso.
“Se ha convertido en una niña caprichosa, y no sirve de nada decirle las cosas porque no hace caso”, se queja la hermana del novelista Yasushi Inoe, en el libro Mi madre.
“Si solo fuera una niña sería más fácil tratar con ella”, dice otra de las hermanas.
Se refieren a la madre de 80 y tantos años, que Inoue retrata en Mi madre, obra que la editorial vende como una novela autobiográfica y que en realidad es un conjunto de ensayos sobre la demencia de la mamá.
La mamá está desorientada y repite varias veces al día una anécdota que le sucedió cuando tenía siete u ocho años. Un niño de 13 la invitó a ver el jardín desde una terraza. Es todo. Y es lo que le vuelve a contar a los nietos una y otra vez.
Quiere estar siempre en su casa del pueblo, la que recuerda cuando era niña. En cuanto Inoue la lleva a Tokio para cuidarla, la madre quiere regresar e insiste en que ya se va, que en la mañana toma un tren de regreso, que ni se levanten a despedirla.
En las noches se levanta una o dos veces y recorre la casa con una linterna, abriendo las puertas de los otros cuartos y con cara de niña que busca a su mamá o de mamá que busca a sus hijos.
Coral Bracho escribió esto sobre la demencia de su mamá:
“La casa gira y cada cuarto es nuevo Cuando ella entra. Sabe —o aparenta saber— que esos cuartos son suyos, y que es ella el anfitrión que deberá mostrarlos, una y otra vez, para compartirlos, tocarlos, y nuevamente desconocerlos: una Y otra vez”
Volvemos a Mi madre de Yasushi Inoue: Cuando muere su hermano, al que visitaba varias veces al día, porque se le olvidaba que acababa de ir, no le queda claro para quién era el funeral y esa noche sale a buscar a su hijo bebé de un año, pensando que se perdió en un camino lleno de nieve. El hijo es el novelista, de más de 60 años y en el camino no hay nieve. La madre se remontó a cuando tenía 23 años y su hermano vivía.
El libro Mi madre tiene imágenes muy bonitas que, a la mejor por mi ignorancia, me remiten a los dibujos de Miyazaki (ya ves que no tengo muchas referencias japonesas). Hay cerezos en flor, está el monte Fuji y una descripción así:
“Su demencia había avanzado hasta tal punto que solo parecía obedecer a la titilante llama azul del instinto que ardía en algún lugar de su cuerpo y de su mente decadentes”.
Para el resto de los viejos mayores de 60 años, con papás ancianos, las descripciones no son tan hermosas. Hay peleas para ordenar la cocina, para que se tomen sus pastillas, hay hermanos que opinan diferente y enfermeros y cuentas y hay que preparar comida e invertir tiempo y escuchar otra vez la anécdota y agradecer la bendición disfrazada.
Por lo menos cuando estás con ella, tienes toda su atención -aunque no estés muy seguro de que sepa quién eres— porque no se va a distraer con Instagram.
Los libros:
Mi madre de Yasuhi Inoue, traducción de Marina Bornas. Editorial Sexto Piso
El poema de Myriam Moscona se llama Relato hablado con preguntas y está en la antología del Premio Aguascalientes, Las etapas del día, del Fondo de Cultura Económica.
El de Coral Bracho es parte del libro Debe ser un malentendido, incluido en Poesía Reunida, Ediciones Era / Universidad Autónoma de Nuevo León.