Cuando eres el debilucho del grupo
¿Para qué seguir las reglas si es más divertido echar relajo?
Te da algo de vergüenza contarlo ahora, pero muchas veces en el recreo fuiste parte de los debiluchos. Te daba vergüenza también entonces. Que el otro equipo te ganara porque violaba todas las reglas habidas y por haber y porque nadie se tomaba en serio al árbitro. Que los gandallas te quitaban tu lonche y no ibas a andar de llorón para que no se burlaran más de ti. Eras el que quería que hubiera reglas, porque solo así te podías defender.
Todavía te da vergüenza, porque tendrás “amigos”, así entrecomillados, que se burlarán de que necesitabas un poco de orden porque tú solo no podías defenderte siempre de los gandallas. Te arrinconaba el miedo y no podías contar con el prefecto, porque él también quería ser parte de la tribu ganadora.
Por lo menos el recreo, en el que mandaban los gandallas, se terminaba con el regreso a clases. Y la carrilla de tus compañeros se acababa cuando pasaban tus papás por ti a la escuela.
Pero imagínate que te quedas atrapado en una isla, como les pasó a los niños de El señor de las moscas, de William Golding.
Trataste de leerla cuando eras más joven, pero no pudiste seguir, porque sí te alcanzó a dar terror que uno de los niños se volviera loco cuando se imaginó que el señor de las moscas le hablaba. Se supone que es una lectura para jóvenes, precisamente para que vean lo que puede suceder cuando se rompen las reglas.
El señor de las moscas puede ser una bonita novela de aventuras y de acción. Los niños sobreviven a un accidente aéreo y se quedan en una isla, esperando que vayan los adultos a rescatarlos. Uno de ellos dice que será como La Isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson.
Muy pronto se organizan. Definen reglas para ponerse de acuerdo y asignan tareas. Un grupo se encargará de mantener encendido el fuego para que los vean los barcos que pasan. Alguien más construirá refugios, otros cazarán y también habrá que recolectar frutas.
En las asambleas puede hablar el que tenga la caracola, esa es la primera regla de la convivencia. Acuerdan respetar al líder, Ralph. Jack se ofrece a dirigir una especie de ejército, que tendrá a su cargo el fuego y la caza. Hay un tercer personaje principal, Piggy, con mala condición física, asma y miopía, pero muy listo. Es alguien que necesita la protección de las reglas.
“Tendremos reglas, montones de reglas”, dice Jack cuando explica cómo deberán ser las asambleas.
Ralph más adelante descubre que Jack dejó que se apagara el fuego y se enoja. Jack a quien obedecen las fuerzas armadas (con palitos, si quieres), se declara en rebeldía:
“‘¡Las reglas!’, gritó Ralph, ‘estás rompiendo las reglas’
‘¿A quién le importa?’ (Dijo Jack)
Ralph hizo acopio de su entereza.
‘Porque las reglas son lo único que tenemos’
Pero Jack le estaba gritando:
‘Reglas, mis huevos. Nosotros somos fuertes’”
“Reglas, mis huevos”
Así que Jack se separa del grupo y se lleva a su tribu. Los nerds necesitados de reglas se quedan con los niños más pequeños, para cuidarlos. Los de la tribu se la pasan encuerados y muy divertidos.
Generación tras generación de profesores han usado El señor de las moscas para tratar de enseñar civismo a los niños.
En la edición que encontré, el mismísimo E.M. Forster explica qué representa cada uno de los tres niños principales. Sobre Piggy, el gordito en desventaja, dice que es “desfavorecido y sabio”, y como es miope usa lentes, que sirven para encender el vital fuego. Y de Jack, el rebelde, hace esta descripción:
“Le gusta la aventura, las emociones fuertes, buscar comida en grupo, las órdenes cuando él mismo las da y, aunque no lo sabe y se impresiona la primera vez, le encanta el derramamiento de sangre”.
Lo malo es que por más esfuerzos de los pobres profes, muchos alumnos no han entendido todavía el mensaje de El señor de las moscas. Es muy divertido andar de cazador, pero no está tan padre estar gobernado por el miedo que es capaz de infundir el líder. Sería mejor seguir a un líder con reglas.
Hay quien cree que no importa defender las instituciones de la democracia, porque esas solo sirven para que quede uno u otro político en un determinado puesto. No ven que esas instituciones van mucho más allá. Sirven para darle voz a los que somos como Piggy, a los que no somos cazadores y entendemos que debemos esperar nuestro momento para hablar.
Están muy felices de vivir en un país en el que el partido gobernante se ufana de que puede hacer lo que quiera porque recibió el voto de la mayoría. Con la indiferencia de los tibios, muchos de los simpatizantes del partido gobernante hablan del triunfo de su candidato como si se tratara de un partido América-Chivas: “Nosotros ganamos, ustedes perdieron”.
O dicho en las selectas palabras de un consumado intelectual: “se las metimos doblada”. Lástima que los seguidores y los tibios no han entendido que cuando solo se vale estar del lado de los ganadores o de los perdedores, muy pronto les va a tocar ser de los que pierdan. O recibirla doblada.