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Que los clásicos nos salven (o por lo menos que nos curen)

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¡Qué insulto! Usar a Borges, Cortázar o García Márquez como libros de autoayuda. Tú no te me espantes y mira cómo la literatura nos puede ayudar a pasarla mejor.

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El Robert Dinero
ago 24, 2023
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Que los clásicos nos salven (o por lo menos que nos curen)
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Sí se me hizo raro que el jefe me mandara un WhatsApp el lunes a las dos de la tarde. “¿Vamos a comer?” ¿Quién no iba a sospechar que la comida era para una mala noticia? Porque los martes, como buenos godínez, íbamos a los taco Tuesday a hablar durante dos horas sobre los planes para evitar que la empresa se hundiera. Y esta vez la invitación fue en lunes. 

Terminando mis enfrijoladas en el lindo restaurante Peltre del Parque la Mexicana —¿Hay que aclarar que el jefe me dejó escoger?— me enteré que el nuevo plan para recuperar la línea de flotación incluía recortarme a mí y a otros de la capa de directores. La verdad qué alivio, porque ya tenían rato pidiéndonos más corderitos para sacrificar. Si alguna vez la industria editorial fue negocio, no fue precisamente en estos tiempos. 

Un domingo después estoy sentado con la familia, todos observando al más pequeño de los sobrinos, cómo construye un lego, corre tras una pelota y avienta un autito por la autopista de plástico en menos de 32 segundos. No me he salido del chat del trabajo y aparece un mensaje: murió la mamá de tal celebridad, sí, esa que nos dio tantos clicks cuando anunció su divorcio. Hay que dar la noticia, acompañada de una anécdota emocional. 

Aquí está su servidor y amigo, según la ilustración de Isabel Salmones.

¿Captas cómo está la industria editorial ahora? Escribiendo sobre la muerte del pariente del pariente de la celebridad, a las 5 de la tarde de un domingo, para ganar los clicks. De pronto sentí que muchos de los antes llamados periodistas nos habíamos convertido en Pereira, ese personaje de la novela de Tabuchi, que solo escribe obituarios cuando Portugal está en un torbellino.

Un podcast sobre Sostiene Pereira, en el querido Un libro una hora

Y así estamos ahora, en el esfuerzo por ganar clicks, con notas sobre el tamaño del pene de Jason Momoa (pero no hay que abusar, porque el sexo es castigado por Google), o sobre qué le contestó la exsuegra a la cantante colombiana que habló del futbolista con su novia a la que critican las que se creen feministas. 

Respira, porque todavía hay muchas notas por el estilo: qué hace el actor chileno de moda después de bañarse, qué desayuna la chica que va ganando en el reality, cómo se preparan los chiles rellenos del concurso de celebridades cocineras. 

Cuando la zorra no puede alcanzar las uvas dice que están verdes, que para qué las quiere. Parece que después de una larga temporada de batallar por un lugar en la puerta flotante del Titanic, me tocó ser Jack Dawson y hundirme en las aguas heladas del cálculo egoísta y ahora sí, ya me desespera lo que hacíamos. Manufacturar notas para traer tráfico y después vender esos ojos cautivos a las marcas, que están dispuestas a pagar fracciones de lo que pagaban antes por un anuncio en un periódico. 

¿Podré volver al periodismo? Ahora se dice “generar contenidos”, como que si los contenidos no fueran todo aquello que va dentro de algo. Me gusta ese chiste que cita Diego Salazar: “yo hago contenidos? ¿Ah sí, haces video, escribes, tomas fotos? No, hago los rellenos de las empanadas”. 

Por cierto que Diego Salazar tiene mucho que decir sobre la mala broma en la que nos hemos convertido los que queremos sacrificar todo en el altar del algoritmo. 

Mientras tanto, encuentro en mi casa dos cosas que tenía abandonadas, las plantas y muchos libros. Los libros han sido mi refugio y el único lugar de la casa donde se está tranquilo (obvio: cita de Cortázar). Si tocas sus hojas, si los volteas a ver, cobran vida de nuevo y te pueden prestar vida también a ti. 

Esta orquídea se puso contenta con el cambio de hábitos (y de ciudad).

Y encuentro que esto quiero hacer: contar mis descubrimientos en los libros y cambiar de lugar las orquídeas y las plantitas teléfono, hasta encontrar dónde están más contentas. Sobre los descubrimientos en los libros, ya sea esa fábula donde hay un cisne de engañoso plumaje, al que hay que torcerle el pescuezo, o la novela del periodista que está muy tranquilo (y aburrido) escribiendo obituarios anticipados. Me encantaría que me acompañaras a encontrar cómo la literatura nos puede ayudar y salvar en momentos difíciles. 

El sándwich Montecristo en El Peltre. En primer plano está una mermelada de frambuesa que llevé desde mi casa. ¿Le diré a Daniel Ovadía que debería incluirla o me quedo yo con el secreto?

Y sobre las enfrijoladas. Estuvieron muy buenas. Ya no estaban en la carta, pero muy amablemente los del Peltre me las prepararon. Tengo que decirte que en ese lugar prefiero los sándwiches Montecristo. Ya hablaremos de ellos en otra ocasión. Ahora, vamos a leer historias que curan. Por cierto, Sostiene Pereira puede ayudarte a curar esa crisis que tienes de apatía. Bueno, es una sugerencia. 

P.S. Algunos de los textos que te voy a presentar se publican como mi colaboración en el programa Acentos de Radio Universidad de Guadalajara. 

P.S. 2. El principio de este post se parece muchísimo a la historia que cuenta mi admirado Genaro Mejía en su propio Substack. Se me hace que es un signo de los tiempos.

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